Ferrocarriles: Las paralelas del progreso

Colombia, en sucesivos gobiernos, comenzó a construir su complejo ferroviario a finales del siglo XIX y dio paso al progreso del transporte de pasajeros El ferrocarril de Panamá fue el pionero; su contagioso éxito se surtió entre 1850 y 1855 y su capital privado estadounidense lo alimentó.

En 1869 se iniciaron las obras en dos líneas férreas en Colombia: la primera, la del ferrocarril de Bolívar – Barranquilla-, la segunda la de Cúcuta. Así el territorio estaría cruzado por el laberinto de las paralelas metálicas que, a su paso ensancharon la industria férrea y abrieron los polos de desarrollo del sector primario de la economía, en las zonas por las que atravesaría el poderoso “caballo de hierro”.

Luego se idearon los ferrocarriles de Antioquia, Pacífico, Santa Marta, Tolima, Cundinamarca, La Dorada, Sabana y Girardot.

En ese lapso se construyeron 4.111 kilómetros de carrileras; de ellas, los primeros 2.022 fueron obras de la nación y otros 1.222, responsabilidad de empresas privadas, vigiladas por los gobiernos de la época. Los líderes de la política radical, acaudillados por el tolimense Manuel Murillo Toro, presidente de la república en dos ocasiones, forjaron la epopeya de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia. Los Ferrocarriles del Sur, Caldas, Norte, proyectado por el Carare, Puerto Wilches, Bogotá-Zipaquirá-Nemocón-Barbosa, los trenes centrales, Tolima-Huila-Ambalema-Armero, Atlántico, Barranquilla y Cartagena y los cables aéreos de Gamarra a Ocaña y Mariquita a Manizales, sustentaron la industria maderera que encontró el camino del progreso con el aserrío de los árboles, de los cuales se hacían las torres, los polines o traviesas y el descanso de los rieles acerados.

Especial mención merece el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros, cerebro de la gran empresa Ferrocarrilera de Colombia; que absurdamente, carece de progreso para afianzarse como un sólido medio de transporte masivo.

En cuanto “a su muerte”, se origina en las pésimas gerencias y los malos gobiernos nacionales, con la estocada final del presidente Virgilio Barco Vargas, quien firmó la clausura total del sistema férreo, de la cual se salvaron algunos transportes de carga, el tren turístico de la Sabana de Bogotá, con su recorrido durante los domingos y festivos hacia el norte de la capital y los convoyes que transportan carbón del Cerrejón, para su embarque en la Bahía más bella de América, en Santa Marta.

El libro Destacar el tiempo en las investigaciones de fondo, sobre el fenómeno geosocioeconómico de los Ferrocarriles de Colombia, del escritor, catedrático, periodista e internacionalista Gerney Ríos González, para acercar a los lectores la realidad trágica de la desaparición sistemática del tren de pasajeros y carga; proceso experimental sistémico e histórico, iniciado en marzo de 1975 con el soporte académico de la Universidad La Gran Colombia, presente en la estructuración de los soldados bachilleres de la Escuela de Infantería – Batallón Miguel Antonio Caro. Los testimonios de Ríos González son dolorosos; las gerencias diversas y dispersas de los Ferrocarriles Nacionales, regalaron algunos vagones a sus amigos y otros los vendieron a menores precios.

Los paralelos de acero y hierro se los robaron o fueron reducidos a chatarra.

Sobrevive la esperanza de un retorno efectivo del “caballo de hierro” a Colombia para integrar la Nación; pues favorecerá el desarrollo agropecuario y la indutrialización de vastas regiones productivas; aparecerán nuevas comunidades humanas laboriosas; la vida cotidiana cambiará con la aplicación de una política gubernamental que aprecie la dinámica ferroviaria. Europa, Norteamérica, Japón y China se mueven sobre rieles.

Los trenes “de media noche” cumplen un objetivo vital en el transporte de los pasajeros y la carga. Existe el “tren bala” de fantásticas velocidades y Colombia no podrá estar a la zaga del progreso universal

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